Cartas al Director

En tu fiesta me colé… (ocio, negocio y doble moral)

El pasado viernes 16 de junio, un numeroso grupo de chicos y chicas de nuestra ciudad nacidos en 2001 completaron su período de educación secundaria obligatoria (ESO) con el acto de graduación organizado en sus respectivos centros para culminar cuatro años de evolución educativa y humana que los acerca a la edad adulta. Después, un buen número de ellos tenía prevista una cena con su clase en algún restaurante de Villena y posteriormente, acudir a la denominada “Fiesta de Fin de Curso” organizada en La Cábila de los Moros Nuevos y que empezaba a la 1 de la madrugada.
Ataviados con sus mejores galas, muchos de estos chicos y chicas iban a vivir una tarde-noche especial. Tras el acto más o menos solemne que cada centro organizó para los emocionados discursos, entrega de las orlas y fotografías de rigor, los padres y madres nos marchamos a casa con la nostalgia de sentir a nuestros hijos e hijas crecer y convertirse poco a poco en adultos. Este paso hacia estudios de bachillerato o de ciclos formativos, o en algunos casos incorporación al mercado laboral, nos demuestra que los niños y niñas que empezaron cuatro años antes su aventura en Secundaria, habían subido un escalón más para convertirse en los hombres y mujeres de un futuro muy cercano.

Ellos, sin embargo, ajenos a esta reflexión seguramente, se centraban más en disfrutar del resto de la tarde y de la noche siguiendo un plan de diversión al uso. El vestido especial, los zapatos o sandalias seguramente de tacón, el bolso de mano, el ligero maquillaje, quizá un peinado para la ocasión en las chicas; el traje de dos piezas, tal vez corbata, el pelo engominado también para la ocasión entre los chicos, y para todos, la misma felicidad y deseos de disfrutar. Después de la cena, la mayoría se encaminaron a su fiesta, la Fiesta Fin de Curso que anunciaba La Cábila de los Moros Nuevos desde semanas antes en sus carteles pegados por los escaparates de Villena, promesa de diversión y baile hasta altas horas. Las entradas se podían adquirir anticipadamente en varios comercios locales. Era su gran noche.

Pero al llegar a la puerta, muchos de ellos, se encontraron con la desagradable sorpresa de que no podían acceder, el portero les impedía la entrada cuando tras solicitarles el DNI constataba que no tenía cumplidos los 16 años. Al principio incredulidad, luego sorpresa y finalmente enfado. ¿No puedo entrar a mi fiesta de fin de curso el día en que me gradúo porque en lugar de nacer en el primer semestre de 2001 lo he hecho en el segundo? Los porteros les indicaban textualmente: Aunque cumplieras dieciséis años mañana, no te puedo dejar entrar.

Aplicación diligente y rotunda de la norma. El acceso a la sala de fiestas de La Cábila está vedado para menores de 16. Curiosamente, cuando días antes mi hija me comentó que se llevaría el DNI a la fiesta intenté convencerla de que no lo hiciese. ¿Y si me lo piden? Bueno, le dije, es la fiesta de graduación y tú te gradúas. ¿Por qué no te van a dejar entrar? El verano anterior, muchas amigas y conocidas suyas que tenían 14 e incluso 13 años fueron a fiestas en La Cábila, de las varias que organizó la persona o personas que se ocupan de su explotación. “No mamá, me lo llevo”. Insistió. “No lo pierdas”, le dije yo, “lo necesitas para el viaje a Pirineos”.

Y se lo llevó. Cuando lo mostró al portero, este fue tajante, porque mi hija cumplirá 16 años en octubre, le faltan exactamente cuatro meses para hacerlo y no podía entrar a su propia fiesta. Este año por lo visto y a diferencia de los anteriores, la organización ha optado por seguir escrupulosamente las normas, la legalidad. Es plausible, pero dudosamente cierto.

Lo que siguió a aquel primer intento de entrar fue una nueva tentativa con otro portero. Doble negativa. Y desaliento. Entonces empezó a bullir en el ambiente la necesidad de transgredir la norma. Acceder a la sala era prioridad fundamental. Y los chicos y chicas menores de 16, aunque los cumpliesen al día siguiente o dos días después, se buscaron sus mañas. Con el carnet de una chica mayor de 16, entraban unas cuantas menores. Hay fotos, muchas, en las redes sociales, donde he podido ver estos días a esas “menores” divirtiéndose en la sala La Cabila, porque seguramente los porteros saben leer la fecha de nacimiento pero padecen astigmatismo y aunque la chica o chico que tienen frente a ellos se parezca a la persona del carnet como una sardina a un topo, los porteros lo daban por bueno. O tal vez, siendo malpensada, simplemente se limitaban a guardar las apariencias, o seguir las indicaciones de quienes les han contratado para hacer ese servicio: pedir un carnet y que sea de un mayor de 16 años. Punto.

Así se llenó La Cabila de los Moros Nuevos el pasado viernes dieciséis de junio de dos mil diecisiete de muchos menores de dieciséis años que accedieron con carnets falsos, ante la indiferencia de los que aseguraban que se tenía que cumplir escrupulosamente la norma. Una doble moral difícil de sostener sin que se les caiga la cara de vergüenza. Si la tienen.

Pero claro, es evidente que de aquellos polvos estos lodos. He hablado con mucha gente a lo largo de estos días. Y en años anteriores ha habido más de un problema con chicos y chicas de corta edad y alcohol. Alguien ha debido advertir a los responsables de La Cabila de los Moros Nuevos de que existen unos límites al negocio y que están obligados a cumplir la ley que prohíbe el acceso a menores de 16 años a salas de fiestas. Pues bien —habrán pensado estos responsables— a cumplir la ley. Pero hecha la ley, hecha la trampa. Y como los primeros interesados en saltársela eran los chicos y chicas afectados, buscaron la maña y nos les costó burlar la autoridad, que ¡oh prodigiosa coincidencia! estaba de pronto, de su parte.

Quiero terminar con varias peguntas y una reflexión:

¿Por qué se llama Fiesta de Fin de Curso a la fiesta que organizó La Cábila el 16 de junio de 2017? ¿De qué curso? ¿De 4º de la ESO o de Corte y Confección de la Academia de Manolita Samper? Porque en la ambigüedad del cartel, subyace un deseo de cubrirse las espaldas. Lanzan el anzuelo de la fiesta de fin de curso, despiertan el deseo de acudir, y como pobres Cenicientas repudiadas tienen que volver a sus casas con su inútil vestido nuevo o buscarse las artimañas oportunas para burlar la norma.

Si solo se puede acceder con dieciséis cumplidos, ¿por qué venden estas entradas a menores de esa edad sin advertirles de que no podrán entrar? Creo, si no me equivoco, que no se puede vender por ejemplo tabaco a menores de 18, aunque estos aseguren que es para sus padres.

Los señores que explotan el negocio de la sala de fiestas La Cábila de Villena, ¿piensan en algo que no sea ganar dinero? ¿Les produce algún desasosiego fastidiar a chicos y chicas que terminan su curso y desean celebrarlo y disfrutar? Porque se puede organizar una fiesta sin alcohol para menores de 18 años, seguramente será menos lucrativo, pero creo sinceramente, que un buen paso para demostrar a nuestros adolescentes que, pese a la creencia generalizada, se puede disfrutar de una fiesta sin beber alcohol.

Por último decir que en las inmediaciones de La Cábila, en el exterior, había alcohol. Es una pena que en esto de la diversión, se evolucione tan poquito. Cuando yo era una joven de esa edad, ya tenía amigas que pensaban que era necesario beber para desinhibirse. Y algunas lo hacían, aunque eran buenas chicas. Nunca lo entendí. Nuestra sociedad, en eso, ha fracasado. No sé cuál es la fórmula, (además del ejemplo en casa que resulta indispensable), para entender que empaparte de alcohol no te vuelve más divertido, ocurrente o sexy. Suele ser al revés. Y que caer redondo al suelo con un coma etílico es tan peligroso como saltar de la cornisa de un cuarto piso. Es fácil que te mates.

No quiero extenderme más. Cuando mi hija llegó a casa y salí a la puerta, vi en sus ojos enormes una gran decepción. “Qué ha pasado”, le pregunté preocupada. “Que no me han dejado entrar”.

Entonces me contó lo que acabo de relatarles. Me sentí tan rabiosa que afortunadamente no vivo cerca de La Cábila. Le ayudé a quitarse el vestido y el escaso maquillaje y cuando se metía en la cama solo me dijo: “Lo que más siento es el tiempo que he perdido”. Porque al día siguiente tenía una importante competición deportiva y habíamos hablado sobre la conveniencia de perder horas de sueño la noche anterior. Pero era su gran noche, su graduación, la culminación de cuatro años de estudio y crecimiento, la constatación de que la vida es imparable y crecer, un progreso indiscutible. Para eso fue a la Fiesta de Fin de Curso de La Cábila donde no la dejaron entrar, a perder su tiempo.

Le di un beso y apagué la luz.

Me fui a la cama para no poder dormir del coraje y frustración que sentía y que siguieron creciendo los días posteriores al ir enterándome de más detalles. Ella seguramente se olvidará de todo porque llegarán otras noches y otras fiestas. Pero yo, no les pienso perdonar.

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